martes, 17 de septiembre de 2013


AMOR Y MUERTE ENTRE BALCONES

Este verano estamos superando el récord de escaladores de balcones estrellados contra la dura realidad. Y como ya no existe la intimidad, su vuelo nocturno (lo llaman balconing) es grabado en video y se despeñan en el ciberespacio.

Tal publicidad ha impulsado a los hoteleros a plantearse quitar los balcones o subir las barandillas. Pero ni aún así podrán detener la adicción al vértigo que supone escalar la fachada de un hotel-colmena para colarse en la habitación de una coqueta.

¿Tienen premio los que consiguen coronar el balcón deseado? ¿O repelen orgullosamente a quien les retó a tan peligrosa empresa? En ese caso serían como el héroe de la balada El Guante, de Schiller, donde un caballero enamorado es alentado por una coqueta, delante de la corte del rey Franz, a bajar al patio de arena donde rugían un tigre y un león hambrientos: “Si vuestro amor es tan grande como juráis, el peligro no impedirá que bajéis por mi guante”. El caballero bajó, recogió la seda caída entre las fieras, y subió la escala sano y salvo jaleado por una salva de aplausos. Cuando la dama se acercó radiante a su encuentro, dispuesta a premiarle con un beso, él le arrojó el guante al rostro, diciendo: “No hay de qué, señora”.

Hernán Cortés también fue un gran saltarín de balcones, y se rompió una pierna en Santiago de Cuba por seguir el íntimo aroma de cohíba de una hermosa antillana. El capitán extremeño, tanto o más orgulloso que el caballero nórdico, no hubiera arrojado jamás el guante a la dama. Como buen estratega, habría aprovechado las circunstancias favorables de una plaza rendida y luego hubiera regresado al regazo de Malinche, la verdadera clave de la conquista mejicana.

 Bernal Díaz del Castillo escribió que las indias estaban encantadas con los soldados españoles porque tras hacerse el amor, dormían abrazados a ellas, todo lo contrarío que los aztecas, que las repudiaban machistamente tras satisfacer la cópula con lluvia de Tlaloc. ¡Esa sí que sería una buena ópera y no la leyenda negra patrocinada con dinero español en Edimburgo!

Lord Byron también saltó entre balcones mientras estuvo cortejando a las ardientes gaditanas. Luego, en Venecia, nadaba por los canales, en busca de condesas y panaderas, y cantaba a la noche asustando a los gondoleros, que rezaban: Inglesi italianizatto, diavolo incarnato.

 Milord se despeñó en Grecia cuando en vez del placer buscaba la gloria, pero eso es otra historia.
 

 

 

martes, 10 de septiembre de 2013


LEGGEREZZA


 El genial Nietzsche comprendió demasiado tarde el arte que hace fácil la vida. Un  arte muy del sur, en el que su compatriota Goethe era un consumado maestro. Es también ese arte descrito en El Cortesano, de Baldassare Castglione, donde se recomienda hacer las cosas sin que se note el esfuerzo. La maravillosa sprezzatura, que no pueden comprender los ejecutivos agresivos, los intelectuales llorones ni las lobeznas que buscan hombres ambiciosos con metas en su vida.

No es ya naif sino algo tan estúpido el pensar que alguien solo merece la pena porque tiene metas laborales y sufre endemoniadamente con el castigo bíblico de ganar el pan con el sudor de su frente (o del de enfrente), y catalogar de balas perdidas a los que dilatan el tiempo aún más que los relojes dalinianos tomando el sol y bebiendo vino voluptuosamente…

 ¿Quién sabe? Tal vez con esta crisis ya no se dé tanta importancia a la filosofía predadora, se comprenda que trabajo es un término que viene del latino instrumento de tortura trepalium,  y el hombre renazca virgilianamente, gozando de los placeres que la vida pone a su alcance. 

 “La ligereza –escribe Stephan Zweig—es el último amor de Nietzsche, la suprema medida de todas las cosas; lo que da ligereza y salud es bueno, ya sea en el alimento, en el espíritu, en el aire, en el sol, en el paisaje o en la música. Lo que eleva, lo que hace olvidar la pesadez y la oscuridad de la vida y la fealdad de la verdad, solo es fuente de gracia.”

Hoy tenemos necesidad de esa ligereza antigua y mediterránea, porque hay una macabra maniobra global por entristecer el mundo, matar sus colores y tornarlo todo aséptico y gris; necesitamos acentos límpidos, inocentes, alegres, felices y delicados. Incluso frívolos y salvajes siempre que vibren con fuerza vital. Será necesario que cantes, alma mía, para sobrevivir como el ruiseñor que no mira al suelo desde la rama verde donde canta.

El loco danzarín que se asoma para mirar el abismo dándose cuenta, con involuntario erizar de los pelos, de que el abismo también mira a quien se asoma, nos invita a cortejar la parte demoníaca, o sea aceptar la fuerza de lo natural, el goce sin remordimientos, conocer la vida serena y alegre sin miedo al infierno del desencanto. Eso es lo que te permite llegar a ser lo que realmente eres.

 Pero es imprescindible atreverse a ser libre.

 

viernes, 6 de septiembre de 2013


EL HIGO O LA FIGA

A mí me gusta desayunarlos junto a un palo con ginebra. Escribió Josep Pla que los higos tienen robado el corazón de los ibicencos. Pero eso era a los de hace sesenta años, cuando todavía existía una gigantesca higuera en Espalmador. Los políticos de hoy han cambiado mucho (dudo incluso que esa raza pseudourbana y corrompida tenga corazón) y olvidan que ya Plinio dictaminó hace dos milenios que los mejores y más dulces higos del mundo crecen en Ibiza.

 Lo digo porque al campo se le prestan pocas ayudas y son pocos los que siguen el oficio. Los monstruosos incendios recientes muestran el poco caso que se hace a cazadores y payeses que todavía no se ha vendido íntegramente al turismo. No escuchan sus recomendaciones acerca de un terreno que conocen mejor que nadie e incluso les impiden limpiar los bosques. Los cainitas políticos, con su imaginación asfaltada, dictan planes de protección sobre papel que luego, en la vida real, no sirven para nada. Permiten atroces urbanizaciones, pero si a un payés se le ocurre ampliar una habitación de su casa, directamente le arruinan y tiene que vender, acabando en un triste apartamento colmena que ha pagado comisión al sátrapa de turno.

 Pero en las Pitiusas siempre ha habido grandísimas higueras extendidas sobre estelons, a cuya sombra es peligrosamente agradable dormir la siesta y soñar con apetitosas payesas. Junto al olivo y la viña, es el sustento de la civilización. Para los Vedas su fruto es la flor de la mujer y estimula el placer sensual. Los antiguos sabían que conocimiento y sexo van juntos, y así nace el tantrismo, que es una estupenda manera alcanzar la iluminación mística a través del placer carnal. La orgía es otra forma de sabiduría y algunos peregrinan al burdel como el asceta al monasterio.

La higuera es un árbol sagrado del Edén, y sus hojas fueron el primer taparrabos de la Historia, cuando Adán y Eva tomaron consciencia de su desnudez. Luego les echaron del paraíso, pero tal expulsión es relativa pues, como sabía Mark Twain, para Adán el paraíso siempre está donde se encuentre Eva.

Mahoma decía que si pudiera traer un fruto de ese jardín añorado sería el higo. Las mujeres africanas saben de su poder para remediar la esterilidad y favorecer la lactancia.

En Ibiza, donde la simbiosis humana con la tierra sigue siendo muy fuerte, es especialmente bueno probar los higos y después seguir los instintos del cuerpo.

 

 

lunes, 2 de septiembre de 2013


FASCINANTES HETAIRAS Y RAMALAZOS ORIENTALES

 ¿Alguien se imagina doce agostos seguidos? Afortunadamente en Baleares el clima y las obligaciones laborales de los turistas –da igual que vuelen en Ryanair o en jet privado—favorecen la estacionalización.
 Ya tenemos los cielos de septiembre y con ellos un tipo diferente de guiri que huye de la masificación, que sabe navegar y fondear sin necesidad de comprobar quién la tiene más grande (nos referimos a la embarcación, por supuesto), al que no le cuelan fácilmente un pescado que jamás vio el mar (como hacen en la mayoría de eso que llaman beach-clubes) y que sabe devolver una botella de vino acorchada al asombrado maître.
También hay ramalazos orientales. Los chinos que vienen a hacer turismo todavía se cuentan con los dedos, aunque en Baleares este pasado agosto hemos sufrido los horrores de la superpoblación. De momento vienen delegaciones que quieren aprender nuestro know-how turístico. Como no son tontos, enseguida se dan cuenta de que nuestro principal reclamo es la belleza natural. Por eso no comprenden que el gobierno permita unas peligrosas prospecciones petrolíferas que amenazan el modus vivendi Balear. Si quieren contaminación, ya se quedan en Shangai.

¿Pero por qué querrían hacer turismo los mil millones de chinos? En el año 1421 el almirante Zheng He navegó los siete mares y a su vuelta el emperador dictaminó que el resto del mundo era demasiado bárbaro y no interesaba. Construyeron la Gran Muralla, alimentaron una cultura formidable y quisieron estar tranquilos. Lo consiguieron relativamente hasta que los ingleses—mucho peores que las hordas mogolas— les obligaron a traficar con opio.

En el caso japonés, una isla feudal que tampoco quería saber nada del mundo exterior, fueron los cañones estadounidenses del Comodoro Perry los que les obligaron a abrirse. Han exportado tecnología, sushi, coches y la manía de fotografiarlo todo, pero todavía no nos han convencido con su interminable ceremonia del té.
Ni los chinos practican ya la encorsetada etiqueta de Chou Li ni los nipones mantienen el Bushido. Pero ambas naciones siguen considerando a los occidentales como unas tribus bárbaras que, para su desgracia, han logrado la hegemonía militar.
Los hindúes también son minoría a la hora de coquetear con Baleares, aunque uno de ellos tiene el récord de espléndido al dejar una propina de cien mil euros tras una velada en el ibicenco Ushuaia.
Eso que decía Kipling de que Oriente y Occidente son demasiado diferentes y jamás se encontrarán, todavía se mantiene. El mundo, pese a la globalización turística, sigue siendo muy grande aunque, a veces, en algunos puntos calientes—como nuestro archipiélago—semeje un pañuelo.

Si a Ibiza venían a divertirse los hijos de Gadafi y el churumbel de Obiang, ahora también acuden muchos angoleños y mozambiqueños que experimentan una revolución económica en sus países. Y, tras el paso del Ramadán –que ha vuelto a caer en agosto, para desesperación de relaciones públicas-púbicas—regresan los árabes a disputar las mejores mesas a los rusos.
En medio del derroche que acostumbra al lujo más o menos hortera, la prostitución vive días dorados. El circuito que hay entre Lío, Cipriani y Pachá recuerda al malecón de La Habana, solo que estas jineteras tienen acentos del este y sueñan colarse en algún yate (no precisamente a modo de balsera). La irrupción de estas profesionales, cum laude en artes amatorias, muestra que el sexo sigue siendo una mercancía inseparable del turismo. Mejor que estén ellas antes que tantas agencias de modelos, cuyos directores envían a cándidas niñatas (bueno, a veces no tan cándidas) a decorar las cenas de algún potentado que no sabe pescar por sí mismo.
No contamos todavía con burdeles de la categoría del austriaco Babylon, pero ya hay planes para el próximo verano. Como Ibiza es mágica, cada vez que una madame abre un garito, el cuento de Pretty Woman quiere repetirse y, ocasionalmente, el tiburón se enamora de la sirena. Todavía echamos de menos a esa portentosa jamaicana que conducía sin bragas un Morgan descapotado…