miércoles, 9 de julio de 2014

LOBOS DE MAR, SIRENAS, CHACALES Y BAKALAO
 

La mar, la única patria de los hombres libres que cantasen los románticos Byron y Espronceda (el corsario cojo y el pirata enamorado de sí mismo), es permanentemente violada por los chuflas que toman sus vacaciones en los tórridos meses estivales. Hace pocas semanas todavía podías fondear solitariamente en las playas de Comte, Espalmador no semejaba un puerto deportivo, Salinas no era la feria de las vanidades, en Es Cavallet no era necesario proteger la virginidad con el corcho de una botella de Borgoña…

 Sin embargo, ahora, como la mayoría de la gente desea verse, olerse, tocarse y comprobar quien la tiene más grande…eh, me refiero a la embarcación, naturally, pues todos marchan en pagana procesión a los mismos sitios de fondeo. Y si te ven gloriosamente solo, piensan que te aburres (cree el ladrón que todos son de su condición) y echan el ancla a dos metros de ti, lo suficientemente cerca para que, cuando el voluble viento del Mediterráneo te haga bornear, los barcos colisionen entre sí y se pueda iniciar una charla pueril. ¡Una panda de marineros de agua dulce!

Bueno, pero a esos todavía se les puede evitar. Incluso ahora puedes encontrar lugares paradisíacos en las Pitiusas alejados de las hordas de bárbaros que marchan en lanchas rápidas. Vaya horteras de pacotilla: ¿Quién tiene prisa en la mar? La dimensión acuática es un mundo que merece otra consideración temporal: los pensamientos, el ensueño, la lectura de los poetas malditos, un ron de Barbados, un puro habano (What´s a cigar without Habana, que cantaba Cole Porter), el primer beso de ella (da igual que la conocieras hace un siglo; cuando navegas con algunas hembras excitantes la magia del primer beso jamás se pierde), los misteriosos etudes de Chopin interpretados por ese cachondo bon vivant llamado Arthur Rubinstein…son un placer que se extiende como las olas invisibles de un océano sin límites cuyas ninfas y sirenas te acunan eternamente.

 Solamente los tibios sin capacidad de imaginar ponen fronteras al arte de gozar. Y por eso van con prisas.

Sin embargo, hay una raza omnipresente. Tanto que da igual que estés en el más recóndito rincón de Las Molucas o en viendo el atardecer desde Las Bledas. Me refiero a los histriónicos jinetes acuáticos de las motos de agua. Ese invento infernal que atruena estruendosamente invadiendo la música callada del vals azul de las olas. Te pasan afeitando el casco del barco, te despiertan en lo mejor del sueño, te salpican un Martini que ya nunca estará lo suficientemente dry…

 Es el momento de empuñar el mauser con el que seguías el rastro en la arrasada sabana de los viejos elefantes africanos. Ah, uno puede sentirse Horacio Nelson abrazando con un solo brazo a Lady Hamilton cuando mandas al cementerio marino a esos papanatas que disturban la poesía de los momentos mágicos.

Los marinos debemos protegernos también frente a las abominables barcazas atestadas de turistas deprimentes color langosta termidor. Esas mismas cuyos patrones-patanes son vulgares piratas y permiten un estruendoso bakalao electrónico que atruena en demasiadas millas a la redonda.

Muchos lobos de mar tienen ganas de ponerles una bomba lapa y hacer un agujerito en su casco mientras fondean en los puertos pitiusos. Las barcazas se aprovechan de la negligencia criminal de los políticos, tan raudos en legalizarlo todo, pero que hacen la vista gorda con esta nueva ralea de chacales del mar.

El dandy decadente de la brillante acera de enfrente, Oscar Wilde, ya decía que las cadenas del matrimonio son tan pesadas que se necesitan más de dos personas para poder soportarlas. Tal vez por eso el swinging o intercambio de parejas está muy de moda, también en las anárquicas Pitiusas. Nada que objetar, naturalmente, aunque uno siempre prefiere la aventura de un safari nocturno, el encuentro furtivo en una cala o incluso el ligue proteínico en la cola del mercado. Pero vivimos una época de proliferación de sectas que se hacen llamar clubes. La gente tiene miedo de sentirse sola y ese gozo divino que es la sagrada espontaneidad ha sido desbancado por la planificación absoluta, llegando al punto de saber dónde y cuándo la recíproca cornamenta con la parienta se hará efectiva.

Ayer mismo, fondeado al pie de Sa Foradada, cerca de cala Salada, un barco fletado únicamente para el swinging se dejaba ver a pocos metros de la costa. El espectáculo hubiera hecho las delicias de Calígula, pues la orgía en cubierta era desenfrenada. Varias casas sacaron sus telescopios e incluso un vecino fue más allá del triste voyeurismo y se dedicó a grabar la cópula de unas veinte parejas que cambiaban según fuerzas y voluntad.

Pero lo verdaderamente grosero es que la panda de exhibicionistas se agitaba al ritmo abominable de un bakalao electrónico a un volumen ensordecedor. Destrozaban la armonía de la tarde y cualquier delicia erótica con esa música solo apta para nanotecnólogos o zombis de pastillita (también follaban como robots, se notaba que no conocían la cadencia del bolero, el sabor del calypso, la dulzura de la samba, el galope del mambo…)

El estado del ánimo es un ritmo, y la sociedad se está embruteciendo vertiginosamente, olvidando la cortesía e ignorando el sentido común. Occidente ha logrado la mayor opulencia general de la historia, pero la parte animalesca del hombre tira al monte. ¿Por qué si no la cultura es hoy la última mona? ¿Y el paleto sacrilegio de muchos festivales, vivos gracias a subvenciones públicas, pero que machacan las obras de Wagner y Verdi con puestas en escena grotescas? 

¿Seguirá siendo este verano la mar la única patria de los hombres libres?